EL TROPERO SOSA

Dicen que tenía la tez trigueña, pero no de nacimiento sino que el sol se la tiñó en sus infinitos viajes entre Mendoza y Buenos Aires. En ese camino, en el que casi hizo surcos de tanto andarlo, sólo era acompañado por los yuyos que bailaban en los remolinos. Era uno de los comerciantes más populares de su época y a pesar de ser analfabeto, se las ingeniaba para hacer buenos negocios. Pero se hizo leyenda cuando decidió ponerle el hombro a la campaña libertadora del General San Martín. Pedro Sosa es de esas personas que perdieron identidad detrás del nombre de una calle o de un barrio. A tal punto que, como dice Carlos Raffo, del centro tradicionalista Tropero Sosa, “hay gente que cree que se llama tropero”. El “tropero” Sosa fue uno de los mendocinos que más hizo, en materia logística, para gestar la campaña de San Martín hacia Chile. Pero es de los que quedaron detrás de la enorme estampa del general.El hombre se dedicaba a llevar y traer mercaderías del puerto de Buenos Aires. Una especie de transportista de entonces, sólo que en vez de camiones usaba carretas de cuero y paja y bueyes para tirarlas. En la época, comienzos del siglo XIX, los troperos y arrieros eran quienes también traían las novedades de las grandes ciudades. Entre las mercaderías comunes estaban los granos, la ropa de moda y alguna botella de alcohol de contrabando. Dicen que Sosa era corajudo como pocos y que varias veces debió enfrentar, mientras el sol jugaba en el brillo de los pedregales, a malones de indígenas que pretendía asaltarlo en los desérticos caminos hacia la capital. Y ese coraje es el que lo hizo pasar a la historia. San Martín necesitaba de las provisiones que Pueyrredón le había prometido para la campaña libertadora que debía iniciarse en enero de 1817. Y los tiempos se acortaban. Entonces mandó a llamar a todos los troperos y les pidió que alguno hiciera el viaje a Buenos Aires para traer cañones, pólvoras y herraduras, en la mitad del tiempo normal (que era de 70 días) a cambio de doble paga. Y sólo uno aceptó el desafío: Pedro Sosa. El hombre partió tomando Las Cañuelas (actual calle Ituzaingó), se encomendó a la Virgen del Buen Viaje y salió a remontar el desierto. Y en sólo 41 días estuvo de vuelta en Mendoza, cerca de la Navidad de 1816, con la mercadería y con sus bueyes agonizando por el esfuerzo. “Aazotes y reventando bueyes”, dijo entonces Sosa que logró la hazaña. Otra participación fundamental de Sosa en la campaña fue la preparación de las 1.500 mulas que usarían los soldados para cruzar la cordillera.En esos contactos entabló una amistad particular con San Martín que duró por siempre. Incluso, desde el exilio, el general le escribió varias cartas que, por no saber leer, Sosa guardaba con pudor hasta que sus hijos pudieran leérselas.

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