En un trabajo publicado en la revista “Todo es Historia”, Nº 16 del mes de agosto de 1968, titulado “El paso de los Andes”, el historiador Guillermo Furlong S.J. detalló la epopeya andina que realizó el Padre de la Patria.Dice Furlong: “El general Leopoldo R. Ornstein que con tanto saber histórico y militar se ha ocupado del paso de los Andes, ha escrito que algunos tratadistas han establecido un parangón entre el paso de los Andes, con el de los Alpes por Aníbal, primeramente, y por Napoleón después. La similitud es muy relativa, por cuanto difieren en forma muy pronunciada las dimensiones y características geográficas del teatro de operaciones, como también los medios y recursos, con que fueron superadas en cada caso ambas cadenas orográficas. Esas diferencias son, precisamente, las que presentan la hazaña de San Martín como algo único en su género”. En efecto: Aníbal cruzó los Alpes por caminos que, ya en esa época, eran muy transitados, por ser vías obligadas de intercambio comercial y aunque no pueda afirmarse que su transitabilidad fuese fácil, tampoco debe considerarse que pudiera representar grandes dificultades, puesto que el general cartaginés pudo llevar consigo elefantes, carros de combate y largas columnas de abastecimiento. San Martín atravesó los Andes por empinadas y tortuosas huellas, por senderos de cornisa, que sólo permitían la marcha en fila india, imposibilitado materialmente de llevar vehículos y debiendo conducir a lomo de mula su artillería, municiones y víveres, aparte de haber tenido que recurrir a rústicos cabrestantes e improvisados trineos para salvar las más abruptas pendientes con sus cañones. ¿Habría podido Aníbal fraquear las cinco cordilleras de la ruta de los Patos, escalando con elefantes y vehículos los 5.000 metros del paso Espinacito? Terminemos estas líneas -sigue diciendo Furlong- recordando cómo Vicente Fidel López nos dice que “los escritores alemanes de la escuela de Federico, en una época (1852) en que buscaban ejemplos y lecciones para su ejército, consideraron digno de ser estudiado el paso de los Andes, como un modelo, deduciendo de él enseñanzas nuevas para la guerra”.
En su artículo, Furlong realizó un gráfico comparando dos hazañas: El cruce de los Alpes por Napoleón y el cruce de los Andes por San Martín:
NAPOLEÓN, conduce el grueso de su ejército por el Gran San Bernardo, salvándolo a 2.500 metros de altura, con todos sus vehículos y artillería, incluso la pesada.
SAN MARTÍN, conduce el grueso de su ejército por la ruta de los Patos y traspone 5 cordilleras, de las cuales la más elevada es franqueada por el Espinacito, a 5.000 metros de altura, sin poder llevar ningún rodado.
NAPOLEÓN, acompaña el avance principal con cuatro destacamentos secundarios: Destacamento Thurreau, por el Monte Cenis (3.600 metros). Destacamento Chabrán, por el Pequeño San Bernardo (2.200 metros). Destacamento Moncey, por el San Gotardo (2.100 metros).
SAN MARTÍN, acompaña el avance principal con una división menor y cuatro destacamentos secundarios:División Las Heras, por los pasos Iglesia (3.400 mts.) y Bermejo (3.300 mts.). Destacamento Zelada, por el paso Come-Caballos (4.100 mts.). Destacamento Cabot, por el paso de Guana (4.200 mts.). Destacamento Lemos, por el paso Portillo y paso Pluquenes (4.500 mts.)Destacamento Freire, por el paso Planchón (3.800 mts.).
Amplitud del frente de operaciones:
NAPOLEÓN: 160 kms.; SAN MARTÍN: 800 kms.
El ancho de la zona montañosa cruzada por:
NAPOLEÓN fue de 100 kms., mientras que la cruzada por SAN MARTÍN, fue de 350 kms.
Alturas máximas franqueadas:
NAPOLÉON: con el grueso, 2,500 mts., con destacamentos, 3.600 mts. SAN MARTÍN: con el grueso, 5.000 mts., con destacamentos, 4.500 mts. Recorridos máximos y mínimos NAPOLEÓN: 280 y 135 kms., respectivamente.
SAN MARTÍN: 750 y 380 kms. respectivamente.
NAPOLEÓN pudo contar con recursos: en la zona alpina existían varios centros poblados y valles con producciones diversas.
SAN MARTÍN no pudo contar con recursos: en la zona andina era total la ausencia de poblaciones. Los valles eran áridos sin productos de ninguna clase.
Tomado de: El Restaurador, nº 4, septiembre 2007, pág. 16
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