LA VIDA DEL GENERAL SAN MARTIN EN CONSTANTE PELIGRO

La vida del General San Martín estuvo permanentemente en riesgo pero Dios y su Ángel guardián estuvieron presentes para que el mundo vislumbrara a uno de los personajes más importantes de la historia.
La primer amenaza la sufrió a los veintidós años, cuando era teniente de los ejércitos reales de España y fue atacado por cuatro forajidos que lo asaltaron y lo dejaron agonizando en el camino de Valladolid a Salamanca. Lo salvó el general Francisco Negrete que por fortuna lo encontró a un costado del sendero.
La segunda vez tenía treinta años, estuvo a punto de ser ejecutado por el enardecido pueblo español. Ocurrió en Cádiz, a fines de mayo de 1808. Las hordas acusaban erróneamente de ser afrancesados a los oficiales españoles. El general Francisco María Solano se escondió en un mueble, pero fue descubierto. Lo acuchillaron y ahorcaron. San Martín, que estaba con él, logró huir de un grupo furioso que lo perseguía y un monje capuchino lo metió en su convento. Al día siguiente lo sacaron disfrazado de la ciudad.
Pero los riesgos continuaron, su Ángel de la Guarda tuvo mucho trabajo, sin duda fue ayudado muy eficazmente por los tres “Juanes”. El 23 de junio de 1808, en el Combate de Arjonilla, al frente de sus hombres en la carga a los franceses. Un oficial enemigo notó que San Martín era uno de los que mandaban, y entonces les gritó a sus guerreros que fueran a atacarlo. Enseguida lo rodearon, pero él se defendió fieramente con su sable corvo. De repente, alguien empujó su caballo y lo hizo caer y rodar por el suelo. San Martín estaba a merced de los enemigos cuando, de la nada, el soldado Juan de Dios se hizo presente y derribó a un francés, luchó con otros dos y hasta sirvió de escudo humano para proteger a nuestro futuro prócer. Juan de Dios quedó gravemente herido, ¡pero siguió peleando como si nada! Un sargento de la Caballería de Borbón ayudó a San Martín a ponerse de pie y le ofreció su caballo. Los españoles ganaron la batalla, San Martín fue ascendido y Juan de Dios, condecorado. Y afortunadamente para nosotros, la historia del Libertador continuó escribiéndose, gracias a su primer salvador.
El 3 de febrero de 1813, se llevó a cabo el Combate de San Lorenzo. En un momento crucial, el caballo de San Martín cayó sobre él, dejándolo herido y atrapado. Un soldado enemigo se dio cuenta, se acercó y le hizo un tajo en la cara mientras otro se preparaba para atacarlo con su bayoneta. Cuando parecía el fin del Libertador, apareció su segundo ángel: el granadero puntano Juan Bautista Baigorria que derribó al soldado realista y salvó a San Martín. Enseguida, el correntino Juan Bautista Cabral fue a ayudarlo a liberarse del peso de su caballo. Pero en esa acción Cabral recibió dos heridas fatales, que iban dirigidas a Don José. Así, San Martín fue salvado dos veces en espacio de unos pocos segundos, por dos valientes y valiosos hombres que, vaya coincidencia, tenían el mismo nombre.
En 1826, el Libertador viajaba por los caminos de Inglaterra cuando de repente la galera que lo transportaba volcó bruscamente. Lo sacaron de abajo del carruaje. Pasó varios meses en cama por los traumatismos y la cicatrización de las heridas provocados por los fragmentos de vidrio de la ventana.
Otra situación límite que padeció San Martín sucedió en Roma y es uno de los episodios más desconocidos de su historia. A fines de 1845, San Martín vivía en París. Su salud flaqueaba, le pesaban los sesenta y siete años, y le pareció que una gira por Italia podría sentarle bien. El viaje lo haría en compañía de Gervasio Antonio de Posadas que era nieto y homónimo del director supremo. San Martín le explicó cómo debía actuar frente a diversos problemas clínicos. Gervasio Posadas memorizó nombres de remedios y acciones a seguir. Entre otras tantas cosas que conversaron, el Libertador le dijo que estaba interesado en comprar un busto de Napoleón, a quien admiraba. Pero una noticia fatal iba a suspender la recorrida de shopping. Una noche de febrero de 1846, Posadas llegó tarde al hotel y fue a acomodarse en su cuarto. Al instante, golpearon su puerta, comunicándole que “El señor general se había muerto”. Posadas corrió al cuarto de San Martín. Lo observó tirado en la cama, inmóvil y tieso. Tomó remedios del botiquín y se los inyectó al cuerpo inerte. El general volvió en sí. San Martín había sufrido un nuevo ataque de epilepsia que lo dejó tendido, con sus signos vitales muy disminuidos.
A los 72 años, el 17 de agosto de 1850 abandonaba este mundo el gran general Argentino. Largamente tenía merecido su descanso en Paz y su gloria eterna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario